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Una Navidad de luces y ausencias

Querido lector,


Diciembre siempre llega envuelto en un aire de magia: las luces iluminan las calles, los villancicos resuenan en cada rincón, y los hogares se llenan de aromas que nos transportan a recuerdos felices. En mi caso, mi casa ya está decorada; las luces brillan y las listas de regalos están casi completas. Sin embargo, mientras organizo todo, no puedo evitar sentir el peso de una tristeza que nunca se va del todo.

Esta época es una mezcla extraña para mí. Desde pequeña me ha encantado la Navidad: los colores, la música, la comida, la alegría que parece llenar el aire. Pero al mismo tiempo, desde que empecé a perder seres queridos, me gustaría que diciembre fuera un mes cualquiera, o simplemente despertar en enero y evitar esta montaña rusa de emociones. Porque aunque decoro, sonrío y celebro, también extraño profundamente a mi papá y a Sebas, mi tío. Su ausencia pesa mucho más en estas fechas, cuando lo que más quisiera es tenerlos aquí, riendo, cantando, compartiendo...


Mi papá adoraba la Navidad. Para él, era más que una fecha en el calendario: era un momento de unión, de amor, de dar sin esperar nada a cambio. Incluso solía bromear diciendo que era de mal gusto morir en diciembre, porque eso arruinaría las fiestas, como si el espíritu navideño mereciera estar intacto, pase lo que pase. Y Sebas, con su espíritu creativo y su fascinación por la cultura, siempre estaba dispuesto a decorar la casa con entusiasmo y a encargarse de nuestro gran pesebre, cuidando cada detalle como si fuera una obra de arte. Estas memorias son hermosas, llenas de risas y calidez, pero también me duelen profundamente. Hay días en los que el vacío que dejaron pesa tanto que quisiera esconderme, cerrar los ojos y dejar que la Navidad pase sin tocarme, como un río que fluye sin detenerse.


Sin embargo, creo que la vida siempre encuentra maneras de recordarnos que hay que seguir adelante. La Navidad es una celebración de amor, y ese amor sigue presente aunque ellos ya no estén físicamente. Así que, si te pasa algo parecido, mi consejo es simple: celebra en honor a quienes extrañas. Si ellos amaban la Navidad, ¿qué mejor manera de mantenerlos vivos en nuestros corazones que seguir sus tradiciones, aunque nos duela?


Llora si lo necesitas. Permítete sentir. Pero también permite que las luces, las risas y los momentos compartidos te llenen de consuelo. Estoy segura de que, donde sea que estén, nos acompañan, felices de vernos disfrutar aquello que ellos amaban.


La Navidad puede ser una época de luces y ausencias, de nostalgia y esperanza. Y aunque duela, elegir vivirla plenamente es el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismos y a ellos.


Con cariño,

Valentina C. Villada.

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